domingo, 4 de abril de 2010

El placer de contemplar

En septiembre del año pasado descubrí algo importante para mi vida. En lo sucesivo intentaré no abandonarlo nunca. 
A algunas personas les gusta sentarse en un café y escuchar las conversaciones ajenas, meditar por las mañanas y sentir que flotan, a otras patinar y sentir que se deslizan suavemente por encima de la superficie ya bastante abrupta del mundo. A otros sumergirse de vez en cuando en el agua durante horas y volver a la cálida sensación del útero materno. A otros ver películas, leer, oír música... 
Un trayecto largo sin transbordos en el metro puede ser una experiencia religiosa. Sumida en una especie de éxtasis, el cuaderno (del color que toque) y el boli (a poder ser bic o alguna otra marca de textura limpia y sedosa), son obligados y las manos de uno se hacen con ellos con la suavidad y naturalidad con que el felino se acerca sigiloso a su presa. Ese es el momento de la contemplación: sin palabras, sin razón.
Somos mágicos y no lo sabemos. No está a nuestro alcance siempre sentir esta magia. Yo misma la he experimentado muy pocas veces y tampoco creo que se pueda permanecer siempre allí. Pero si uno se queda quieto, observando, e invoca ese mundo, a veces se abre la puerta. Se ve con el corazón. Animales mágicos somos. Un poco tontos también.
(A las chicas os digo que ese momento del mes es propicio para este estado de contemplación). 

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